En Llamas (2013)

Dirección: Francis Lawrence
Guión: Simon Beaufoy y Michael Arndt (basada en la novela de Suzanne Collins)
Protagonistas: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Donald Sutherland y Philip Seymour Hoffman

“¿Equipo Peeta o equipo Gale?” pregunta la reportera de la alfombra roja por enésima vez en una de las tantas premieres de la primera película de “Los Juegos del Hambre”. La entrevistada es Willow Shields, quien interpreta a Primrose Everdeen, la pequeña hermana de la heroína Katniss.

“Equipo Katniss”, contesta la adolescente.

Y así, parada sobre la frivolidad de la alfombra roja y acosada por los flashes de las cámaras, la pequeña Willow dio en el clavo.

“En llamas”, la secuela de “Los juegos del hambre”, es una de las películas más esperadas del año. El final de “Los juegos del hambre” muestra a una Katniss que se las ingenia para salvar la vida tanto suya como de Peeta, su amante-para-las-cámaras de su mismo distrito, amenazando con comer bayas venenosas: de esa forma, el Capitolio se ve obligado a elegir entre quedarse sin un vencedor, o quedarse con dos. Eligen la segunda opción, y las últimas escenas prometen el principio de una revolución.

Esta vez, nos encontramos con una heroína perseguida por el Capitolio mismo. Como explica el presidente Snow cuando la va a visitar no tan amistosamente, mucha gente vio lo que hizo con las bayas como un acto de desafío y no de amor. Al sentirse amenazados por el poder simbólico que tiene Katniss para la revolución, el presidente resuelve que a los 75º Juegos del Hambre se enviarán a tributos que ya han pasado por la arena: Peeta y Katniss deben volver a competir.

“En llamas” es una excelente película. Todo funciona en la gran pantalla: desde la química entre el elenco, la cual mejoró enormemente desde “Los juegos del hambre”, hasta las elecciones de cámara del nuevo director, Francis Lawrence. Por su parte, Jennifer Lawrence sutilmente lidera la película, porque su personaje opera, justamente, mediante sutilezas. El desarrollo de los personajes es excelente: el maquillaje de Effie es mucho menor en esta ocasión, dado que está más humanizada. Katniss entra a la arena no con temor como antes, sino desafiante, e incluso se anima a intervenir juguetonamente en su entrevista con Ceasar.

Pero esta vez, los Juegos no son lo más interesante de la narrativa. Y es que “En llamas” se mete con la parte más rica y realmente analizable de la trilogía: la del trasfondo político detrás de los Juegos. En esta ocasión, vemos al presidente Snow orquestar con un cuidado metódico el cómo y el cuándo de la aniquilación de Katniss. Lo vemos aumentar la represión en los distritos, y restringir las pocas libertades que les quedaban en un intento de que el miedo siga superando a la esperanza que esta joven vencedora parece darles. Peeta y Katniss devuelven el golpe, manteniéndose firmes en la historia de su amor que empezó en los Juegos anteriores; al fin y al cabo, en la política todo es estrategia.

Por otra parte, vemos a un público que los alaban. Los ciudadanos del Capitolio se fanatizan por Katniss, miran las entrevistas previas a los Juegos con placer, se babean pensando en todo el despliegue que tendrán los 75º Juegos del Hambre. Después de todo, el motivo por el cual “En llamas” es una distopía tan acertada es porque muestra que el poder totalitario no se sostiene sólo en el gobierno que lo ejerce, sino también en parte del pueblo que lo legitima, e incluso lo celebra.

Y sin embargo, a pesar de la interesantísima veta política presente en esta película, los periodistas de las millones de entrevistas por las que tuvo que pasar el elenco para promocionar la película no indagaron en el tema. ¿Sus dos preguntas preferidas? A Jennifer Lawrence le preguntaron más de un decena de veces el gran interrogante de “¿por qué te cortaste el pelo?” A todo el elenco le tocó la ya mencionada y famosa: “¿equipo Peeta o equipo Gale?”

Aquí yace la percepción más aguda que ha logrado hacer la película. Lo que mejor representa “En llamas” es la sociedad en la que vivimos. Parece alocado afirmarlo, dado que el mundo de Panem se nos presenta como muy extremo, pero sí lo analizamos en profundidad, la esencia es la misma. En la era de las pantallas, programas como Gran Hermano son sensación (cabe destacar que el nombre del mismo viene de nada más ni nada menos que de “1984” de Orwell, clara influencia para “Los juegos del hambre), y estos realities alimentan nuestra sed por el drama, nuestra fascinación con observar las miserias diarias de otros.

En un mundo real donde las desigualdades son tanto o más agudas que la existente entre los distritos y el Capitolio, el groso de la población también elige distraerse con historias de amor, con chismes de celebridades y con las banalidades que acompañan al mundo de los ricos y los famosos. Hay algo dolorosamente familiar en la bronca y el enojo de los ciudadanos de los distritos que protestan ante la indignante desigualdad entre su nivel de vida y el de aquellos que viven en la capital de Panem. En lo que la política internacional se refiere, las guerras que siguen azotando al mundo al día de hoy son mucho más violentas que los Juegos de las películas.

Hilando fino, hay una escena en particular que refleja casi espeluznantemente este paralelismo entre la situación política de “Los juegos del hambre” y la del mundo en el que vivimos. En 2010, Wikileaks, la organización online dedicada a revelar secretos de estado, publicó el video conocido como “Collateral Murder”. El mismo revelaba un ataque aéreo en Bagdad hacia quienes resultaron ser civiles inocentes; el piloto ríe al dispararles, y es casi como si estuviera jugando a un videojuego. Antes de empezar a disparar, dice “light ‘em up”, es decir, “enciéndelos”. Esta sentencia de muerte, pronunciada con una tranquilidad inquietante, se asemeja demasiado a las palabras del presidente Snow cuando Katniss está a punto de arrojarle una flecha a uno de sus aliados, ya que la mostraría como una traidora frente a quienes la consideran una líder revolucionaria. El presidente dice “let it fly”: “déjala volar”.

Y aún con lo mucho que podríamos aprovechar la riqueza de la película para hacer un trabajo introspectivo sobre nuestra propia sociedad, la pregunta más caliente sigue siendo sobre un triángulo amoroso para el cual Katniss misma asegura no tener tiempo. En “En llamas”, le dice a Gale que no puede saber si lo ama, porque lo único que siente todo el tiempo es miedo, y no hay lugar para nada más.

Porque la realidad es fascinante pero preocupante: nosotros no somos Katniss. Como siempre, queremos identificarnos con el héroe, pero la verdad es como somos mucho más ciudadanos del Capitolio que de los distritos. Nuestra reacción a la película misma lo demostró. Tal como el Capitolio usa la historia de amor entre Katniss y Peeta para distraer a los distritos de las miserias que deben soportar, gran parte de los fanáticos de la película sólo quieren saber con quién se va a quedar la heroína en vez de concentrarse en lo verdaderamente rico de la historia. Quizás “Los juegos del hambre” sea un espejo demasiado fidedigno del mundo en el que vivimos como para poder soportar su reflejo sin el amortiguamiento del chisme amoroso. Pero mientras que los entrevistadores sigan indagando en la parte más banal de la película, seguirán reproduciendo el modelo de entretenimiento y distracción que la narrativa critica tan fuertemente.

Cuando el presidente Snow le dice a Katniss que la gente de los distritos vio en el intento de suicidio con las bayas un acto de desafío, tenía razón. Lo fue. Katniss, con lo callada que es y lo mucho que le cuesta enfrentar a las cámaras, sabe darle al Capitolio donde le duele. Pero mientras nosotros sigamos viendo en ello, y en toda esta historia meros actos de amor, y no entendamos el acto de desafío, de introspección y de brillante análisis sociológico que propone “En llamas”, jamás podremos declararnos parte del “equipo Katniss”.

Publicada en http://www.solesdigital.com.ar/cine/en-llamas.html

The Bling Ring y Spring Breakers: sobre vidas llenas de nada

Por un lado, tenemos a la nueva de Sofía Coppola, directora conocida por hacer de la estética de sus películas un elemento tan protagónico que se convierte en un personaje más de la narrativa. Por el otro, tenemos a la nueva de James Franco y su pandilla de ex princesitas de Disney: el hecho de que lo que ayude a identificar esta película sean los actores (y de que el principal sea conocido por comedias como “The Pinapple Express” y “This is the end”) nos da la pauta de qué tipo de película es. Una sobre el glamour de Hollywood, otra sobre el descontrol de la fiesta. Parecen ser fórmulas para el éxito taquillero, y sin embargo mucha gente debe haber salido decepcionada del cine, sin tan sólo porque estas películas muestran la realidad detrás de temas frecuentemente utilizados para escaparse de ella.

“The Bling Ring”, basada en hechos reales, cuenta la historia de un grupo de adolescentes en California que viven fascinados con el estilo de vida de los ricos y famosos. Al descubrir que entrar en las casa de celebridades como Paris Hilton y Lindsay Lohan es tan fácil como robarle un dulce a un niño, usurpan lo suficiente como para poner un quiosco. Hacen de ello un hábito, de cada entrada a una nueva mansión un evento, del probarse la ropa y las joyas ajenas un ritual. El pasado de los personajes no está muy desarrollado, no hay realmente un trasfondo que explique el por qué de sus acciones, pero eso no importa. Y es que los personajes de “The Bling Ring”, que recorren la película en un estado de constante indiferencia, son meros vehículos para develar una historia mucho más grande que la combinación de todas las suyas juntas: la de la fascinación con la fama, la admiración e idolatría por gente cuyo único mérito es simplemente ser famoso, la necesidad del ser humano de tener ídolos a quienes adorar. La aparente falta de profundidad en la película es, justamente, su rasgo más profundo, porque no hace más que reflejar el vacío que sienten los adolescentes que tienen la necesidad de vivir a través de los lujos de otros, el vacío de las celebridades mismas que tienen tantas cosas que ni se dan cuenta de que les roban, y por lo tanto es como si no tuvieran nada. La aparente ausencia de desarrollo, acompañada de una estética casi gris y triste hacen, en realidad, a la presencia de un fuerte mensaje social.

Emma Watson, con todo el glamour robado de Hollywood en "The Bling Ring"

Emma Watson, con todo el glamour robado de Hollywood en «The Bling Ring»

“Spring Breakers” se le parece en muchos sentidos. La película de Harmony Korine cuenta la historia de cuatro chicas universitarias que quieren, más que nada en el mundo, tener sus vacaciones de primavera, aquella semana conocida por consistir en drogas, alcohol y fiestas. Resuelven, entonces, conseguir la plata para viajar sea como sea, lo cual se traduce en robar un restaurante. Por este crimen son condenadas, pero llega nada más ni nada menos que Alien (o sea, James Franco con dientes de oro), traficante de drogas y de armas, a salvar el día. Paga su fianza, y desarrolla una relación con las chicas un tanto perturbadora, aunque todas las palabras se quedan cortas. Y sin embargo, no es una película feliz. James Franco no es el campeón que se acuesta con cuatro pendejas a la vez, las chicas no son las reventadas que ríen a más no poder cuando salen todas las noches. La película es, al igual que “The Bling Ring”, más bien triste. La fotografía es despampanante, absolutamente todos los planos son increíbles, pero esta belleza artística agrega a la sensación de letargo y de vacío detrás de la vida que llevan los personajes. James Franco tocando “Everytime” de Britney Spears en el piano mientras sus bellas cómplices bailan con ametralladoras (toda la escena empapada de una paleta rosa fantástica) es una de las mejores escenas de la película, y no por mostrar cuán épica es la vida de quien cae en la espiral que es el mundo de las adicciones y el tráfico ilegal de armas, sino porque muestra todo lo contrario. “Spring Breakers” es una película que todo el mundo esperaría trate sobre lo genial que es la vida cuando se consumen sustancias, cuando en realidad expone lo insustancial que es una vida en la que se necesite depender de ellas.

Ambas películas muestran escenarios que suelen ser glorificados. Es innegable que la cantidad de plata que ganan los famosos y la fascinación que se genera alrededor de su vida es un tanto enfermiza; el querer saber todo lo que hacen e imitar cada una de esas acciones es, después de todo, una adicción tan seria como la de las drogas, el alcohol o las fiestas. Ambas películas buscan generar consciencia sobre lo que realmente sucede detrás de escena de estos shows de fama y festejo donde todo parece magnífico. Al final del día, ambas narrativas se resumen en una palabra: vacío. Porque todos los personajes involucrados están buscando llenar un vacío dentro suyo que no saben cómo nombrar, una falta tan grande que carecen de la posibilidad de siquiera empezar a comprenderlo. Ahogados en sus excesos y en sus chismes buscan, entonces, palabras ínfimas para definirlo. Le dicen sed de fama, de fiesta, de alcohol, de drogas, de sexo, pero nunca de intimidad o de profundidad.

Allí yace el logro de estos films: en lograr una profundidad en temas que siempre la eludieron, y en adentrarse en los corazones de los héroes de la posmodernidad para descubrir cuán tristes están. Los personajes, al fin y al cabo, no enojan al público. Las películas no los juzgan. Simplemente, como espectadores, nos da pena. ¿Quién hubiera pensado que semejante torbellino de emociones llegaría de la mano de James Franco con rastas?

Publicada en http://cracmagazine.wordpress.com/2013/12/08/the-bling-ring-y-spring-breakers-sobre-vidas-llenas-de-nada/

Séptimo (2013)

Dirección: Patxi Amezcua
Guión: Patxi Amezcua y Alejo Flah
Protagonistas: Ricardo Darín y Belén Rueda

En su película más reciente, “Séptimo”, Ricardo Darín interpreta a un abogado y padre en vías de ser soltero, que descenderá hasta el séptimo círculo de un infierno dantesco, rodeado de violentos, homicidas, tiranos y bandidos.

Sebastián, el personaje principal del largometraje, es un típico porteño. Como tal, vive apurado y con mil quilombos: es un abogado de alto calibre que se encuentra en medio de un caso altamente mediático y complejo. Se está divorciando de su mujer, la española Delia interpretada por Belén Rueda, quien quiere volver a Madrid con sus dos hijos. Su hermana lo llama frecuentemente porque le tiene miedo a su ex, un hombre violento y poco contento de encontrarse, repentinamente, solo.

Muchos enemigos acechan, pero esta mañana parece tranquila, rutinaria. Sebastián debe llevar a los hijos al colegio y baja por el ascensor desde el séptimo piso, mientras ellos bajan por la escalera en un juego por ver quién llega primero a la planta baja. El padre es quien gana, pero su triunfo trae consigo una pérdida desesperante: inexplicablemente, no puede encontrar a sus hijos.

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La película adquiere, entonces, el suspenso que la glorifica: si hay algo indiscutible sobre este film es que le hace honor al género al que pertenece. Cuando parece que todo ha sido hecho en materia de secuestros de niños, aparece esta premisa bastante original porque esta vez no hay nada que reclamarle al padre. Sebastián repite una y otra vez “no entiendo qué paso”, y la realidad es que el espectador tampoco. Y allí está la adrenalina, allí yace el excitante masoquismo que es ver el film: por la próxima hora y media, la audiencia lo acompañará a Sebastián no sólo por cada piso y departamento del edificio, sino también por varias etapas de enojo y desesperación. Porque él no es un épico Liam Nesson que le jura la muerte al secuestrador de su hija y tras dos horas de tiros y explosiones logra su cometido. Es un tipo común y corriente, que perdió a sus hijos, que pasará de buscar ayuda en todos sus vecinos a sospechar de cada uno de ellos, de llorar en el hombro de quien encuentre a querer pegarle a todo lo que se le cruce. Envuelto en las llamas de violencia sutil que un secuestro genera, donde el daño es invisible pero inescapable, Sebastián se une al infierno de los violentos, y llegará a extremos impensados para recuperar a sus hijos. Y aún así, cada uno de sus desprolijos pasos parece completamente lógico, porque la lente hace una excelente labor como ojo de Sebastián. El espectador ve lo que él ve, sabe lo que él sabe, y se enviolenta cuando él lo hace; su reacción es tan visceral como la del personaje.

Lograr generar este tipo de empatía con el personaje principal se debe no sólo a una gran construcción de personaje. Para empezar, los lugares en los que transcurren las escenas, (tanto el edificio como la ciudad de Buenos Aires), son laberínticos y desesperantes, pero están retratados con el perfecto equilibro entre familiaridad y confusión, como para recordarle al espectador que en este momento no entiende nada porque Sebastián tampoco lo hace, pero que él también podría ser un Sebastián. La dirección, con incontables escenas filmadas con cámara en mano, lo lleva más allá: le dice a la audiencia “no sólo podrían ser Sebastián, sino que ahora, mientras estén bajo el control de mi cámara, lo son”. Todos estos elementos sumados a una gran actuación de Ricardo Darín (que hace el mismo papel una y otra vez, pero es un papel que indudablemente le calza bien) y de Belén Rueda, sensación ibérica desde su actuación en “El orfanato”, hacen que “Séptimo” sea un thriller digno de verse en la gran pantalla.

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Sin embargo, la película tiene ciertas fallas, algunas que deberán descubrirse y pensarse a medida que avance la trama, y otras que son obvias desde un principio. Básicamente, el film cuenta con una pésima dirección de actores. Se entiende que los niños no tienen un papel protagónico, que su rol es ser simplemente el motor que pone en marcha el resto de la narrativa, pero eso no justifica el descuidar su actuación. Estos dos niños, de no más de diez años han sido secuestrados, y su reacción es “estamos bien papá, no llores”, línea dicha desapasionadamente y con la misma cara de nada que portan por todo el film. Esto también es un descuido del guión: nadie se preocupó por desarrollar demasiado a quienes sólo servirían para iniciar la verdadera acción. Pero esto le quita verosimilitud al film, y es un error de vagancia que le quita calidad a un buen thriller. El espectador se compadece por Sebastián, pero no siente nada por sus hijos porque sus hijos no sienten nada. Puede que su actuación sea periférica a la trama, pero en la producción meticulosa de una película nada puede ser periférico a la misma.

Finalmente, hay cierta falta de confianza en el espectador notable en momentos en los que tanto Sebastián como Delia, a través del diálogo y de ciertas acciones, son redundantes y obvios. Le hacen notar al espectador que le están hablando a él, y el espectador no quiere esto: se adentra en la sala para adentrarse en la cabeza de Sebastián, no para ser recordado que está viendo su historia desde afuera.

Pero más allá de sus fallas, “Séptimo” es una película que vale la pena no sólo ver, sino sufrir. Con una dirección y unas actuaciones protagónicas muy buenas, la trama anda con tal intensidad que arrolla. Por una hora y media, uno puede darse el lujo de jugar a ser detective, incluso atado a los nervios y a la desesperación que esto significa.

Publicada en http://www.solesdigital.com.ar/cine/septimo.html

En trance (2013)

Dirección: Danny Boyle
Guión: Joe Ahearne y John Hodge
Protagonistas: James McAvoy, Vincent Cassel y Rosario Dawson

Simon, interpretado por James McAvoy, es un subastador de arte. Vive rodeado de pinturas cuyo valor estético y sobre todo social trasciende el lienzo a tal punto que sus precios son desorbitados: el cuadro que pondrá en marcha la trama central de la película será “Brujas en el aire” de Goya, vendido en 27 millones y medio de libras. Pero Simon no ve en ellos tan sólo lo histórico o lo bello. En momentos de desesperación tras acumular una y otra deuda de juego, deja de ver el arte en su trabajo y empieza a ver una salida de emergencia de la ludopatía que lo quema poco a poco tanto a él como a su dinero. Resuelve, entonces, hacerse cómplice de una banda organizada que roba pinturas para adueñarse del cuadro de Goya en cuestión.

La trama toma un giro interesante cuando en el medio del robo, para mantener las apariencias frente a quienes trabajan en la galería, el líder de la banda, Franck, debe golpear a Simon al punto de dejarlo inconsciente. Cuando este despierta, se encuentra con un grupo de colegas enojados. Y es que antes de desmayarse, Simon había escondido la pintura y, como para poner más leña al fuego de la ira de Franck, no recuerda dónde. Desesperados, los ladrones lo llevan a ver a una hipnoterapeuta, quien descubre la verdad y los chantajea para unirse a su grupo y dar con parte del botín cuando finalmente encuentren la pintura.

Franck, a punto de ir tras Simon por la desaparición de la pintura

La mejor manera de describir esta película de Danny Boyle, sin embargo, no es a través de su sinopsis o de su premisa principal, sino diciendo que es una película de Danny Boyle. Suena redundante y casi estúpido, pero no hay forma de resaltar lo suficiente cuán único es el estilo de este film. Desde el comienzo, en el que el monólogo de Simon sobre el mundo del arte hace eco con el de Ewan McGregor en la mejor película de Boyle, Trainspotting, el director inglés deja sus huellas en todos lados, como un niño que toquetea todo lo que lo rodea con sus manos llenas de pintura, como queriendo decir «yo estuve aquí».

Porque Boyle trabaja con ese entusiasmo infantil. Filma con fascinación por las infinitas posibilidades narrativas que le brinda su cámara, como si cada vez que hiciera una película fuera la primera vez que lo descubriera; pero a la vez también lo hace con mucho profesionalismo y meticulosidad. Si el movimiento de cámara es desprolijo, es porque el punto de vista del personaje lo es, y no por un mero descuido: nada está sujeto al azar. Las escenas en las que Simon es hipnotizado, por ejemplo, están tan bien logradas que la cámara, que navega violentamente por la tormenta de lo reprimido, hace las veces de péndulo, y lo hipnotiza al espectador.

Justamente eso es lo que hace que su estética sea brillante desde todo punto de vista. A un nivel superficial y hasta primitivo, es la carnada perfecta. La rapidez, la variedad de las tomas  y los efectos especiales atraen de inmediato, y el ritmo de la película toda es tan atrapante que hace que el cerebro no pueda parar ni a comer pochoclos. Por otro lado, en un nivel más profundo, es evidente que espeja la trama en sí: la dirección y la edición vuelven al espectador tan loco como al personaje, lo ponen en trance cuando él se encuentra en ese estado y lo desesperan cuando la línea narrativa se vuelve demasiado curva como para que Simon mantenga la cordura.

Pero este gran logro directivo de Boyle lleva a destacar un traspié del guión. Es increíble el nivel al cual el espectador siente empatía por el personaje, como logra meterse en su piel, como uno se siente tan confundido como él a medida que avanza la película. Pero quizás esa confusión sea un punto a criticar. Y es que de a momentos da la impresión de que En trance da demasiadas vueltas, y juega con los esfuerzos de deducción del espectador hasta lograr su incomodidad y ansiedad. Llega un punto en el que uno se pregunta si el dolor de cabeza vale la pena. Al terminar la película, gracias a un desenlace un tanto alocado pero creíble y sobre todo emocionante, se da cuenta de que lo vale, pero ese momento de duda hace que el film no llegue a su máximo potencial.

Cualquier cinéfilo sabe, sin embargo, en lo que se mete cuando se adentra en un film de Danny Boyle. Es parte del pacto: uno se droga con un par de aspirinas y deja que él le vuele la cabeza que uno tanto había buscado proteger. Ver En trance no es tarea fácil, y de a momentos ni siquiera es placentero, pero es un pequeño sufrimiento que vale la pena pasar. Después de todo, es un precio bastante bajo a pagar para apreciar el arte de tan buen director.

Publicado en http://www.solesdigital.com.ar/cine/en-trance.html

Oscars 2013: De cómo la Academia celebra y odia al cine

Para un cinéfilo, no hay evento como la entrega de los Oscars. El verdadero amante del séptimo arte usa la alfombra roja como una excusa para irse a buscar pochoclos, sus predicciones de los ganadores como cartas por las que apuesta en un casino, su conocimiento del cine para corregir a los periodistas que siempre a algún dato le erran. La celebración del cine se convierte en todo un espectáculo, similar al que rodea a los estrenos de las películas en sí. Pero al verdadero cinéfilo no le interesa el espectáculo. El verdadero cinéfilo quiere sustancia y es por eso que, por más de que todos los años marque la fecha de la entrega en el calendario y jamás se la pierda, en el fondo no hay evento que le resulte más exasperante que la entrega de los Oscars.

La lista de nominados este año ilustra a la perfección el funcionamiento de la Academia. Cuatro de las nueve nominadas son sobre historia y política estadounidense (Argo, Django sin cadenasLincoln y La noche más oscura). Otra, La niña del sur salvaje, retrata la humilde vida de una comunidad al sur del mismo país y lo propensos que son a desastres naturales con los que no pueden lidiar. Los miserables es un épico musical sobre la épica revolución francesa donde todo se canta porque hasta los saludos son épicos. Luego, se agrega una comedia (El lado luminoso de la vida) para recordarle al mundo que, a pesar de que siempre premie con estatuillas de oro a quien los haga llorar, la Academia también aprecia los esfuerzos de quien los hace reír, por lo menos lo suficiente como para incluirlos en la lista de nominados. Finalmente, se le suma una con un adolescente hindú como protagonista (Una aventura extraordinaria) y una austriaca (Amour) para demostrar que mira más allá de su ombligo y voilà: que empiece la ceremonia.

Ahora bien, esto no quiere decir que las películas nominadas no hayan sido buenas. La cinematografía tanto de Una aventura extraordinaria como la de La niña del sur salvaje (cuya música también es excepcional) es hermosa, aunque la primera sea más obvia en este aspecto que la segunda. Argo y La noche más oscura están cargadas de adrenalina, funcionan a base de poderosos motores de suspenso, con unas cuantas situaciones límite haciendo de caballos de fuerza. El lado luminoso de la vida cuenta con grandes personajes y una Jennifer Lawrence que brilla, con un sentido del humor rápido y ácido, que corta con dulzura cliché de Hollywood sin dejar de ser dulce en la medida justa. En Los miserablesencontramos actuaciones impecables y voces hermosas, y de Django sin cadenassólo se puede decir que merece un párrafo, o más bien toda una nota, aparte.

Las nominadas son buenas, pero la realidad es que los premios son predecibles no porque resulte obvio qué película es superior a las demás, sino porque es sabido qué película es “típica de Oscar”. El grave error de la ceremonia es que ésta diferenciación exista. Al pensar en la mejor película y en la que recibirá el premio a la mejor, no deberían venir a la mente dos films distintos. Si fueran lo mismo, Un reino bajo la luna hubiera estado nominada a mejor cinematografía, que sin la necesidad de darle al público una cachetada de efectos especiales hace que uno desee vivir dentro de la imaginación de Wes Anderson, con su bella paleta cromática y sus planos simétricos. Quentin Tarantino hubiese estado nominado a mejor director, y Django sin cadenas, una película alucinante desde el principio de su trama hasta cada detalle de su dirección, pasando por su guión y su estética, se hubiera llevado la estatuilla de oro por mejor película, y no sólo por guión original.

Lincoln, una película que más allá de la gran actuación de Daniel Day Lewis no cuenta con nada que la salve de su propia densidad, no hubiera estado nominada.Los miserables no sería tan sobrevalorada: sus grandes atributos, es decir, la música, la historia y las actuaciones son crédito de los creadores del musical, de Victor Hugo y de los actores respectivamente. Nada de esto es crédito del director, quien no parece haberse esforzado mucho en trasladar el musical del escenario a la pantalla; Tom Hooper no sólo no aprovecha las ventajas que tiene el cine por sobre el teatro, como la posibilidad de jugar con los planos, sino que frecuentemente recurre a la cámara fija, es decir, a lo seguro.

Pero no. Nada de eso sucedió. Argo deja una lección sobre lo civilizado y diplomático que es el mundo occidental, así que se lleva el oro (¡sorpresa!). Los miserables es sobre el sufrimiento de la vida y lo épico del martirio, así que se lleva las buenas críticas. Un reino bajo la luna es demasiado extraña, sus personajes muy introvertidos y bizarros como para ser considerada para más de una categoría. Lincoln es sobre uno de los presidentes más amados de los Estados Unidos y está hecha por uno de los directores más queridos de la Academia. Y a Django le faltan cadenas: es demasiado valiente porque Tarantino, con la sangre lista para ser derramada en cantidades desorbitadas y la cámara lista para ser desenfundada, trabaja así. Cristoph Waltz, quien se llevó el Oscar por mejor actor secundario por su rol en Django, lo describió bien: “participamos en el viaje de un héroe, y el héroe fue, por supuesto, Quentin.” Luego, citando a su personaje el Dr. King Schultz, agregó: “Escalaste la montaña porque no le tenías miedo, mataste al dragón porque no le tenías miedo, y cruzaste a través del fuego porque valía la pena”.

Oscars

Lawrence, Tarantino, Hathaway y Waltz festejan sus estatuillas con estilo

Cuando de actores se trata, la Academia sí hace su trabajo. Tanto Waltz como Jennifer Lawrence, Anne Hathaway y Daniel Day Lewis merecían su Oscar. Pero dárselo no requiere valentía. Premiar modos de usar el medio y especialmente contenidos, y no sólo la interpretación de los mismos por parte del elenco, sí. Y es aquí donde entran en juego dos categorías fundamentales: las películas quemerecen ganar el Oscar y las hechas para los Oscars, las que se alejan de los riesgos creativos a los que la Academia parece temer. Django sin cadenaspertenece a la primera, y era claramente la mejor de las nueve nominadas al gran premio de la noche. Argo, la que efectivamente se llevó el gran premio de la noche, a la segunda.

Resulta lógico, entonces, que el cinéfilo se enoje al ver los Oscars. La Academia no premia al cine como arte, sino a la industria cinematografía como negocio, y esa realización duele. Raras veces los planetas se alinean y películas como El artista se llevan el reconocimiento que merecen, pero la verdadera meta es que llegue el día en el que una película sobre un esclavo enloquecido cuyos disparos y patadas desafían las leyes de la lógica y la biología pueda ser considerada la mejor película del año, no sólo por su guión sino especialmente por sus desagradables pero brillantes y efectivas imágenes. Hasta entonces, los cinéfilos deberán preparar su garganta para insultar a la Academia cada febrero, pochoclos en falda y apuestas listas.

La noche más oscura (2012)

Dirección: Kathryn Bigelow
Guión: Mark Boal
Protagonistas: Jessica Chastain, Jason Clarke, Reda Kateb y Kyle Chandler

Hecho: el 11 de septiembre de 2001, dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York. Hecho: el grupo terrorista Al Qaeda, liderado por Osama Bin Laden, fue acusado de llevar a cabo el ataque. Hecho: desde ese día, el entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush juró dar con el paradero del cerebro responsable por más de 3000 cadáveres de civiles estadounidenses. Hecho: diez años después, con otro presidente al mando pero la misma misión estrellada y a rallas, el país norteamericano cumplió su promesa.

Pero todos saben eso. No hay nada nuevo en esta historia, nada sobre los atentados de aquel martes que comenzó como cualquier otro y que a las 9am se infiltró con mucho estruendo en los libros de historia, que asombre. Y es que el 12 de septiembre nos lo recordó; y el 13, y el 14, y un mes después, y años después lo seguimos recordando. Sucede que el mundo es otro, y que cada zapatilla que un niño tenga que quitarse en el aeropuerto ante controles por posibles bombas, cada vez que un civil no pueda respirar al recordar el humo de ese día, cada vez que un musulmán sea insultado en la calle por creer en el dios en el que siempre se apoyó, el 11 de septiembre puede ser declarado responsable. El mundo se dividió en dos, y cada una de sus partes en dos más, y así hasta que hoy nos encontramos con pequeños fragmentos de un mundo que hace no tanto creíamos entender.

Esto es lo que sucede cuando uno piensa en el 11 de septiembre. No puede evitar pensar en la gente, en los cambios, en las lágrimas y en las armas. El sentimentalismo barato pasó a estar de regalo, y si una cosa se vio facilitada por los eventos de aquel día, fue el hacer películas. Las narrativas sobre bomberos, policías, víctimas e hijos de víctimas pasaron a ser, inevitablemente, “buenas”. Porque en el mundo del cine, cuando un tema es lo suficientemente fuerte, increíble, devastador, básicamente épico en cualquier sentido, la calidad parece venir incorporada. El público llora, el crítico aplaude, y Hollywood parece haber hecho su magia. Pero el buen creador de cine sabe ver la carta escondida en el bolsillo, sabe que el truco de la comunicación no está tanto en el mesaje como en el ser uno con el medio que lo transmite.

Los Navy S.E.A.L se preparan para, sin pena ni gloria, cumplir con su misión

Y aquí entra Kathryn Bigelow. Nada era más sencillo que hacer una película heroíca sobre los hechos del 1 de mayo de 2011 cuando, después de diez años de lo que probablemente fue la búsqueda más intensa en la historia de la CIA, los muchachos de Langeley finalmente dieron con el villano de Abotabad y, en una operación prácticamente perfecta, “limpia” de víctimas civiles, dieron con Bin Laden. Nada era más fácil que generar una creciente adrenalina que culmine en un sentimiento de patriotismo galopante, en un orgullo que llevara al himno estadounidense de banda sonora. El desafío era, justamente, escaparse de ello. Y es por eso que Bigelow era la mujer perfecta para documentar el asesinato de Bin Laden.

La directora ya había demostrado su capacidad de mostrar una historia de guerra de la manera más cruda posible con Vivir al límite, que gira alrededor de un grupo de soldados americanos encargados de desarmar bombas. La Academia incluso la premió por ese fiel retrato de la guerra de Irak, pero este tema probaba ser más polémico y sensible. Pero Bigelow no se achicó ante semejante tarea. Logró mostrar la búsqueda de Bin Laden con todos sus tropiezos y sus torturas, con los logros y los gritos. La primera escena muestra, de hecho, a un presunto terrorista quien parecía tener información sobre la gente cercana al círculo del líder de Al Qaeda siendo torturado. Es humillante y desgarrador. Los prisioneros interrogados luego asesinan a los amados monos de un muchacho de la CIA, y en Pakistán buscan matar a tiros a Maya, la agente de la CIA con mayor convicción y dedicación para completar su misión. Un médico sirio asegura ser un espía en el grupo terrorista, y consigue así entrar en la base militar nortemaericana sólo para inmolarse y acabar con la vida de la única amiga de Maya. Y lo curioso es que, entre tantos tiros y bombas, Bigelow jamás genera la sensación de buenos y malos. En un mundo dividido en dos por los atentados del 11 de septiembre, la gran directora logra, inexplicablemente, ilustrar la búsqueda más intensa que se dio a raíz de ellos alejándose de esa dicotomía. Ella muestra las cosas como son, y en el negocio de la comunicación, donde es claramente imposible lograr eso, generar esa sensación es un gran logro. Argo, otra de las nominadas a los Oscars de este año, también genera adrenalina, pero lo hace con un ruidoso bang, con miradas tensas, aviones a punto de despegar sin los buenos a bordo, el mensaje moral de cómo dos gobiernos, el estadouidense y el canadiense, lograron unirse para salvar a seis diplomáticos atrapados en el conflicto en Irán en 1980. Zero Dark Thirty hace mucho más con mucho menos. Nada de mensaje esperanzador, nada de orgullo, nada de arrepentimiento.

Jessica Chastain se luce como Maya, una agente de la CIA adicta a su trabajo

La escena del asesinato de Bin Laden es impecable. Simplemente ilustra como, media hora después de las doce de la noche, un grupo de NAVY Seals estadounidenses se metieron en una especie de casa-fortaleza y dieron con Bin Laden. Lo mataron a él y a sus colegas. A algunas de sus mujeres también. Los niños lloraban. Listo. Eso fue todo, y a la vista de su cámara, no fue heróico ni genocida, simplemente fue. Los nervios de los soldados son palpables, la confusión de los niños es erizante y la desesperación de las mujeres inescapable. Pero la escena es simple, y resulta mentira que sea apropiado utilizar tantas veces la palabra “simple” cuando del tema político más complejo de los últimos tiempos se trata.

Bigelow parece decirnos “las cosas se dieron así. Punto”. Y lo mejor de todo es que ni siquiera importa si así fue. Aunque Bin Laden no existiera, aunque la CIA fuera ficticia, la película igual haría un gran trabajo mostrando cuán crudas son la situaciones bélcias. Y si resulta demasiado crudo, siempre podremos recurrir a los miles de blockbusters pochocleros que meten a la guerra un poco en el horno para que la podamos digerir mejor. Pero si absorber el lado humano de un conflicto de gran calibre es lo que se busca, si el buen cine como tal, más allá del mensaje y más cerca del arte es lo que se quiere apreciar, Kathryn Bigelow es a quien recurrir.

Un reino bajo la luna (2012)

Dirección: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson y Roman Coppola
Protagonistas: Kara Hayward, Jared Gilman, Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray, Frances McDormand y Tilda Swinton

Al buscar información sobre la nueva película de Wes Anderson, Un reino bajo la luna, en IMDb, las sugerencias como películas similares que da el buscador son un tanto extrañas. Van desde Belleza Americana hasta Gran Torino, con todo el espectro de géneros que hay comprendido entre ellos, y más. Pero cuando de Wes Anderson se trata, no se puede culpar a un simple sitio de internet por encontrar dificultades para extraer la esencia de sus bizarras obras de arte.

Un reino bajo la luna relata la historia de una pareja aventurera, intrépida, dispuesta a superar cuanto obstáculo se le cruce por su camino para proteger el amor que los une. Sam escapa para encontrarla. Suzy escapa para encontrarlo. Huyen. Sus familias y amigos los buscan. Todo parecería funcionar con normalidad en el reino hollywoodense que da a luz a films como este, pero así no es como cocina Wes. Para que su nueva película sea realmente suya, hace falta agregarle varios elementos un tanto extraños, o por lo menos poco convencionales. Los amantes tienen 12 años y son los púberes más socialmente torpes e inadaptados del condado. La familia de ella es tan disfuncional que la madre usa un megáfono dentro de la casa para hacerles anuncios a sus hijos; como, por ejemplo, que la cena está servida. La familia de él es nula, y sus amigos son un grupo de boy scouts dirigidos por un hombre adulto que se toma su trabajo tan en serio que es un tanto perturbador. Cuando la flameante pareja se besa, ella le da permiso para tocarle los pechos, y le informa que deberían crecer pronto. Ahora sí. Un poco de especies de sabor raro, un colorante bien definido y la película está servida.

Suzy, rodeada de la inconfundible estética de Wes

Ahora bien, es muy fácil referirse no sólo a Un reino bajo la luna sino a toda la filmografía de Wes Anderson como extraña. En cierto modo, lo es. Pero para asegurarnos de que eso sea cierto, primero debemos definir qué entendemos por normal. En realidad, llamamos a estas películas bizarras o poco convencionales porque los diálogos son aquellas simples ideas que todos tenemos pero que no nos atrevemos a decir, porque los personajes son más bien solitarios y un tanto excéntricos, para pedirle un término prestado a la familia Tenenbaum, porque las relaciones familiares son disfuncionales. Todos estos elementos, sin embargo, son un tanto familiares.

El problema es que no los conocemos de la gran pantalla, sino del día a día. Y es que Wes Anderson se posiciona cómodamente en lo incómodo, en el camino entre lo trágico y lo cómico, entre la penetrante mirada de Suzy que mira con microscopio al espectador seria, y lo adorable que resulta que a ese primer plano le siga uno de Sam, y que eso signifique que entre ambos pares de ojos incapacitados para captar al mundo que los rodea como se les exige, haya entendimiento, amor. Pero es en esos grises, y no en el negro de “chico conoce chica y se odian” o en el blanco de “hacen las paces y viven felices para siempre” donde la vida se desarrolla. Detrás de un guión limpio y honesto, al cual los maravillosos actores le hacen justicia una y otra vez a lo largo de la película, se esconde un complejo trabajo para que la historia se vea simple. Y el trabajo está bien hecho.

Está casi de más mencionar los típicos aciertos cinematográficos: los actores son perfectos, Edward Norton brilla en su gran representación de un personaje un tanto falto de brillo. Los niños, al mejor estilo de la narrativa de J.D. Salinger, realmente le hacen justicia a la idea de que son ellos quienes comprenden el mundo y su funcionamiento, y no los adultos, cuya mirada ha sido contaminada por demasiada trayectoria de vida. La música no sólo es buena, sino que es completamente coherente con la historia como un todo. La película funciona como una unidad, donde cada parte es igual de disfrutable tal como la orquesta que Suzy escucha, en la cual cada instrumento suena por separado para luego escuchar la obra de arte que realizan juntos. La estética es inexplicablemente bella; los planos son prolijos, los colores consistentes y hermosos. Lo único criticable en este último punto es lo depresivo que resulta salir de la sala y encontrarse con que la vida real no cuenta con esa alucinante paleta de colores.

Y, sin embargo, lo que se desarrolla en la sala también es vida real. Aquí está el quid de la cuestión. Resulta curioso que un director cuyas películas son tildadas como extrañas logre retratar la realidad tan bien. En las películas de Wes, siempre estamos en un reino como aquel encantado por la luz de la luna, un lugar terrenal y creíble pero a la vez mágico  y paradójicamente como de otro mundo.

Vladimir Nabokov sabiamente sugirió que la palabra “realidad” debería ser siempre escrita entre comillas. Wes Anderson logra algo tan extraño como maravilloso con este concepto: al respetar las comillas que inevitablemente lo rodean, busca formas poco convencionales para retratarlo y, así, logra capturar gran parte de su esencia con mucha exactitud. Consciente de lo inalcanzable de la realidad, logra no sólo alcanzarla, sino plasmarla en la pantalla para que todos la podamos comprender.

Publicada en http://www.solesdigital.com.ar/cine/reino-bajo-luna.html

Las infinitas dimensiones de Disney

Hace ya 74 años, allá por el verano de 1938, que el primer largometraje de Disney invadió la gran pantalla. Marchando con su ejército de siete enanitos, Blancanieves marcó el comienzo de lo que sería un largo y exitoso recorrido por la magia animada. En 2009, esos personajes tan bien construidos que tantas veces sentimos poder tocar en el aire de la sala, que tan frecuentemente nos llevamos puestos una vez terminada la función; fueron recreados por las nuevas tecnologías para hacerlos todavía más reales. De la mano de Up, Disney elevó su nivel de producción para que nosotros veamos, literalmente, a los personajes salir de la pantalla gracias al 3D.

Lo sorpresivo no fue, sin embargo, que Disney siguiera la dirección de la corriente que cada vez adquiría más fuerza en los cines, sino que nadara mar adentro entre tanto celuloide al que había dado vida para re-estrenar los clásicos en este formato. La metáfora marina resulta apropiada ahora que “Buscando a Nemo” volvió a los cines en 3D, una tendencia que comenzó con las primeras dos películas de “Toy Story”, como una suerte de antesala a la tercera de la saga en 2009, y con “El Rey León” dos años más tarde.

Lo curioso de este fenómeno es el público al que atrae. Por muchos años, la palabra “dibujitos” funcionó como sinónimo de “sólo para chicos.” Los padres disfrutaban de las películas de Disney pero nunca dejando de lado su adultez, atesorando la inocencia de sus hijos más que sonriendo ante lo bueno del film. Pero la situación se ha invertido. Y es que aquellos que disfrutaron de los clásicos animados en su niñez son ahora adolescentes y jóvenes adultos que tienen muy en claro que la persona que son es producto, entre muchas cosas, de cómo aquellos guantes blancos de Micky moldearon la plastilina que eran en su infancia. Es la generación que, al ver los fantásticos gráficos de la presentación previa a las películas, con la imagen nítida del castillo de Magic Kingdom, llora un poco de nostalgia al ver la sombra del dibujo celeste chillón de aquellos viejos tiempos. Es la generación que, demasiado distraída por la magia, ignoró al hechicero.

Pero revisitar las películas de Disney cuando la lógica ha destronado a la ilusión de que cualquier cosa puede ser real no impide que las disfruten, sino que de hecho hace que las aprecien aún más. A pesar de ver todo más de cerca y más tangible, el zoom se ha alejado y las mentes adolescentes ahora pueden ver cuán brillante era en verdad el mago.

“El Rey León” aparece no como una dura pero adorable historia de animales, sino como una trama con la escancia de Hamlet, como un retrato de regímenes autoritarios de la pata de Scar; en la escena en la que el villano canta entusiasmado sobre sus malvados planes, las hienas que lo acompañan, excitadas por la fiebre de las masas que Freud tan bien describió y aquí Disney tan bien retrata, hacen el paso de ganso, típico de los soldados Nazis.

En “La bella y la bestia” los personajes atraviesan las barreras de los estereotipos sobre los que se edifican, y los buenos y los malos, tan claramente delimitados en las narrativas para niños, de repente son roles que, como en la vida real, no se ven tan claramente definidos. De repente, el encantador Gastón es un cretino, y la bestia atemorizante esconde mucho amor bajo su espeso pelaje.

“Toy Story” atrajo más que nada a adolescentes, quienes estaban dispuestos a empujar a pequeños niños del camino con tal de llegar antes que nadie a reencontrarse con Woody y Buzz. Andy creció junto a ellos, y “Toy Story 3” fue un golpe duro directo a la niñez: los primeros acordes de “Yo soy tu amigo fiel” son hoy suficiente para emocionar a cualquiera que haya crecido junto a esos fieles amigos de plástico.

“Buscando a Nemo”, finalmente, es una genial historia sobre cómo el amor hacia los hijos sí puede resultar demasiado, y sobre cómo la sobreprotección puede causarles más sufrimiento que el que intenta evitar. Es una lección de vida sobre la importancia de dejar crecer a los niños y de entender y querer a los padres. Una que, vale la pena destacar, es proyectada mientras los más pequeños ríen encantados por la historia mientras que los adolescentes y jóvenes adultos cantan excitados junto a Dory: no existe mayor de 16 años en esas salas que no pueda cantar “nadaremos, nadaremos, en el mar, en el mar”.

En un comunicado de prensa, el presidente de Disney Alan Bergman afirmó: “los grandes personajes y las grandes historias son eternas, y en Disney tenemos la suerte de tener mucho de ambos”. Esto es tan innegable como el hecho de que el objetivo de todo esto sea recaudar mucho dinero pero el resultado, además de ese, es uno mucho menos tangible y, por lo tanto, más atesorable. Los anteojos 3D son los que transforman la imagen en una mucho más nítida y realista, pero es la magia de Disney, aquella que perdura desde hace 74 años, la que hace que sus películas puedan verse de un modo realmente realista. Es habiendo pasado la infancia, y no durante la misma, cuando la genialidad de los dibujitos se vuelve realmente admirable.

Publicado en http://www.solesdigital.com.ar/cine/disney.html

A Roma, con amor (2012)

Dirección y Guión: Woody Allen
Protagonistas: Woody Allen, Penélope Cruz, Alec Baldwin, Judy Davis, Jesse Eisenberg y Ellen Page. 

A Roma, con amor es una película caleidoscópica, una comedia que cuenta con varias historias que contar. Es, nada más ni nada menos, que una película sobre el amor. Parece una obviedad y hasta una estupidez describirla así, pero en el mundo de Hollywood, donde el amor está casi exclusivamente definido por la fórmula “chico conoce a chica”, aquel film que logre retratarlo con todas sus complicaciones y variables a despejar, inevitablemente se destacará del montón.

En el plano más literal, se complica resumir la trama sin revelar demasiado. El enorme tejido de celuloide que es la totalidad del film está hecho de distintas telas y distintos modos de hilarlas: es esta variedad de historias la que lo hace rico, hilarante y, hay que admitir, un tanto desordenado. La película cuenta con un poco de todo: un hombre que de la noche a la mañana es famoso y sobre quien reportan cosas como qué desayuno esa mañana. Un joven que se ve complicado cuando se enamora de la amiga de su novia y, además, es acechado por la versión suya del futuro que se las sabe todas, y no puede evitar advertirle sobre la trampa en la que está cayendo. Desde un hombre que debe fingir que una prostituta es su mujer hasta otro con una voz maravillosa que sólo puede lucir en la ducha, Roma se presta como escenario para todo tipo de situaciones.

«Puedo resistirme a todo menos a la tentación» Oscar Wilde

Ahora bien, no hay mucho más que destacar en cuanto a la historia se refiere. En este aspecto, es simplemente una comedia con un gran guión y, no podemos ignorarlo, una astuta e incisiva crítica al tipo de persona que como sociedad admiramos y al fanatismo que acompaña al mito de ese personaje: no es casual que, mientras el ahora famoso Leopoldo huye de los paparazzis, se tope con un grupo de obispos y curas cargando con la imagen de su Dios. Allen retrata así, en una breve pero elocuente escena, lo mucho que tienen en común los tiempos medievales en los que la religión era lo único que mandaba con la sociedad del siglo XXI, que se jacta de ser moderna y progresista pero que sólo cambió de deidad por cualquiera mejor vestida y con un poco más de swing.

Queda claro, entonces, que con el maestro de la neurosis urbana, “simplemente” no es una palabra aplicable. Y es que el amor que decide retratar el neoyorquino abarca un espectro tan amplio como el de las historias a través de las cuales lo retrata. Está la obsesión, el amor por la fama, el amor por los que ostentan esa fama, el amor tan puro y virginal que resulta insatisfactorio, el amor joven visto con los nostálgicos ojos de un adulto, el amor al arte en sus formas más extravagantes.

Pero el ganador es definitivamente el exagerado, el ridículo, un ridículo que sólo en una película de un verdadero genio del séptimo arte puede funcionar. Exagerado como el circo mediático que recibe el repentina e inexplicablemente célebre Leopoldo, cuya rutina de afeitado se convierte en un acto único digno de ser visto en vivo. Exagerado e incluso ridículo como el hecho de que un actor que parece más bien parte de la mafia italiana, o simplemente un gran fanático de la pizza, sea un sex symbol. Exagerado y bizarro como la producción de de  una ópera que realiza el personaje del mismo Allen donde el elenco está disfrazado de ratas de laboratorio. Y, en última instancia, exagerado como Roma.

Es aquí donde yace la gema de la película. Woody Allen logra utilizar aquella lente cuasi mágica que porta para colarse entre el cemento y la cultura de Roma, para poner en escena su verdadera esencia. Bicho de ciudad por excelencia, muta rápidamente de un escenario urbano a otro para relatar la historia que los edificios le cuentan. En Roma, no había otra manera para retratar el amor que a lo italiano: con humor, algún que otro grito, desorden, caos, exageración. Todas estas cualidades, que resultarían en un film desprolijo, en las manos de Allen consiguen acoplarse hasta formar esta desopilante comedia. Ciertamente no es de las mejores películas del legendario director. Algunas de las historias son bastante olvidables, otras son sencillamente brillantes. Pero, a su propio modo, todas funcionan dentro del microcosmos romano que el cineasta claramente ha logrado captar.

La película comienza con un pequeño monólogo de un director de tráfico, quien le habla al público y lo introduce al film. Mientras lo hace, se escucha un estruendoso choque, al que él responde sólo con un grito de desaprobación. Es así también como dirige Allen: queriéndonos contar distintas historias, con sus choques y líos, especialmente por sus choques y líos. Mientras que Barcelona vivió un apasionante y sencillamente brillante relato de un triángulo amoroso, y París recordó la hermosa época dorada que fue la década de 1920, Roma no se quedó atrás, y ahora cuenta con una fiel representación del mejor quilombo tano, al estilo de Woody Allen.

Publicada en http://www.solesdigital.com.ar/cine/roma-amor.html

Los juegos del hambre (2012)

Dirección: Gary Ross
Guión: Gary Ross y Suzanne Collins
Protagonistas: Jennifer Lawrence, Woody Harrelson, Donald Sutherland y Stanley Tucci. 

Cuenta la leyenda que Suzanne Collins, autora estadounidense, estaba tranquila en su casa haciendo zapping cuando algo llamó su atención. Un canal era el escenario de un reality show, mientras que a un click de distancia habitaban, o más bien morían, civiles y soldados en la invasión de Iraq. La cercanía de estas dos escenas muy disimiles la inspiró, las fronteras entre las imágenes se fueron esfumando y así, de un juego televisivo y un noticiero, nació «Los juegos del hambre.»

Cuenta el libro la historia de Katniss Everdeen, una muchacha de tan sólo 16 años que vive en Panem, un país ubicado donde América del Norte estuvo una vez. Luego de la rebelión contra el Capitolio en la que el décimo tercer distrito fue destruido, los líderes de Panem quieren asegurarse no sólo de que nunca vuelva a suceder algo así, sino de que el resto de los distritos tengan bien en claro que están completamente bajo su control. Es así como surgen Los juegos del hambre, una competencia anual en la que un chico y una chica, de entre 12 y 18 años, son elegidos en cada distrito como tributos para pelear en una arena elegida y controlada por el Capitolio hasta la muerte: el superviviente es el ganador, y la batalla es un show visto por todo habitante de Panem desde su televisión.

Katniss vive en el Distrito 12, uno más de los tantos que mueren de hambre mientras los líderes de Panem se regocijan en lujos que, de más está decir, son fruto del arduo trabajo de cada uno de los distritos. Cuando eligen a su hermana de 12 años como tributo, ella se ofrece para participar en los juegos en su lugar y, una vez en el Capitolio lista para comenzar el entrenamiento, se choca con un mundo de diferencias en el centro de lo que en realidad debería ser un gobierno lista para protegerla.

Katniss Everdeen y su especialidad: el arco

«Los juegos del hambre», esta distopía en la se huele a leguas la inspiración en “1984” de Orwell, es un cambio refrescante: finalmente nos encontramos con una historia pensada para adolescentes o jóvenes adultos que es no sólo genuinamente interesante y atrapante, sino que tiene un mensaje fuerte y claro sobre la sociedad en la que vivimos, una en la que lo más importante no es enamorarse de un vampiro. La trama invita a reflexionar sobre el sistema económico en el que vivimos, cómo afecta nuestras vidas, y principalmente, nos incita a observar desde lejos a nuestra propia cultura, una tarea sumamente difícil dado que vivimos empapados de ella, y nos ahogamos sin la misma.

Esa parte de la trama está muy bien lograda en la gran pantalla. Los pequeños detalles del libro que ayudan a transmitir el mensaje están presentes también en la película. La palabra “extravagante” le queda chica a la vestimenta de los ciudadanos del Capitolio, tan chica, seguramente, como la ropa que han tenido que usar por años los habitantes de los distritos más pobres: el contraste es excelente, y dice mucho sin la necesidad de usar tantas palabras. Cuando Katniss está cenando en el Capitolio, sentada a una mesa con más comida que la que ella seguramente ha podido comer en todo un mes, se enfurece con Haymitch, el último ganador de los Juegos que el Distrito 12 ha tenido. Clava su cuchillo furiosamente entre sus dedos, a lo cual Effie, la escolta del distrito, típica habitante del Capitolio, la reta: “¡cuidado, la mesa es de caoba!” Ignoremos el hecho de que una chica de 16 años sepa usar un cuchillo con tal destreza porque ha tenido la imperante necesidad de hacerlo, o que si fallaba por unos centímetros le podría haber cortado un dedo a Haymitch: lo importante es que la mesa se arruina.

Effie Trincket y Katniss Everdeen, ambas vestidas para matar

Allí yace la genialidad de «Los juegos del hambre.» Nos obliga a notar que aceptamos cosas que no deberíamos, y que nos preocupamos por detalles, pequeñas imágenes borrosas en el gran cuadro de sufrimiento en el que vive gran parte de la humanidad toda. Los Juegos en sí despiertan debates, porque aunque lo terrible y macrabo de los mismos es claro para todos, no resulta para nada difícil creer que tantos espectadores la mirarían con regocijo y emoción. Después de todo, no se aleja de lo que hacían los gladiadores romanos, y la “fascinación por lo abominable”, como la llamó Joseph Conrad, existe en el ser humano desde que es tal.

Lo interesante de ver la película más que de leer el libro es observar Los Juegos junto con los espectadores de los mismos: nos encontramos con que, tras criticar fuertemente a aquellos que se interesaban en la competencia, somos uno de ellos, alentando por Katniss (interpretada por una Jennifer Lawrence que no decepciona) y deseando la muerte de aquellos de los primeros distritos, quienes cuentan con más entrenamiento y por lo tanto un ego bastante más desarrollado. Además, mientras en el libro todo lo que sabemos lo conocemos a través de la voz de Katniss, Ross se las maneja para explicar el funcionamiento de los juegos a través de quienes lo organizan en el Capitolio; ver la facilidad y la tranquilidad con la que colocan trampas mortales en la arena llega como un impacto sólo presente en el celuloide.

El film aparece como un caso doblemente innovador: por un lado, la película, aunque falla en el desarrollo de la relación entre los personajes, triunfa en transmitir el mensaje social de la trama, e incluso incluye elementos ausentes en el papel. Por otro, encontramos una historia pensada para un grupo de jóvenes que, juzgando por la calidad de la mayoría de las narrativas que apuntan al mismo lector y que tienen mucho éxito, ha sido muy subestimado. Por primera vez en mucho tiempo, parece que la suerte está de su lado.

Publicada en http://www.solesdigital.com.ar/cine/juegos-hambre.html